No estamos preparados, no digo ya educados, para lo peor (a veces lo mejor) al tener que interrumpir una convivencia de la cual han nacido hijos. Cuando las cosas van bien la inercia nos lleva en su rutina de cristal, pero ¿y cuando todo va mal o simplemente no va bien? Pasamos de todo a nada sin mirar hacia abajo, sin tener en cuenta a quienes más nos necesitan… nuestros hijos. Porque amar es también renunciar a lo que se ha amado y querido a pesar del dolor de la pérdida.
“Vete a la mierda, o si me apuras al carajo”. Sí, aparentemente te puedes llegar a sentir bien diciendo eso, pero no se trata de que tú te sientas a gusto, sino de cómo se quedan quienes no tienen ni voz ni voto en este asunto de mandarlo todo a tomar viento fresco.
¿Recuerdas el cariño que le pusiste cuando todo empezó? Todo eran buenas maneras, detalles, gestos románticos y mensajes bonitos. ¿Qué ha sido de todo ese despliegue de medios? ¿Se secó el pozo de los deseos? ¿O es que siempre estuvo vacío?
Caemos en la trampa del “te vas a enterar” y nuestro rencor más miserable nos transforma en groseros hacia un amor que adolece del respeto más básico. ¡Qué! ¿No te vas a parar a pensar cómo afecta a tus hijos semejante martilleo ya sea hacia el padre o hacia la madre? No hay que avivar más el fuego porque ya está bastante caliente, hay que saber cómo aliviar las quemaduras para que no dejen marcas imborrables, y para eso no hay más remedio que aprender por complejo que resulte.
El amor que la pareja tuvo ha de ser garantía suficiente para afrontar las nuevas exigencias del momento.
Es cierto que nos invaden las decepciones, los fracasos, las meteduras de pata y las malas decisiones, pero no debemos juzgar el todo por una de las partes ni por el simple desenlace; no debemos ignorar de un plumazo lo que nos hizo en su momento desearnos con tanta fuerza, con tanto cariño, con tanto fervor. El hecho de que los sentimientos cambien, se deterioren o se desvanezcan no son motivos suficientes para añadir más dolor ni más dificultad en todo este inmerecido lío, sobre todo para nuestros hijos. Replegar velas no es saltar al vacío, es cambiar el rumbo del destino y pasar de navegar juntos a navegar en paralelo, sólo es eso.
No se trata de ignorar, sino de salvaguardar los derechos de quienes habéis traído a este mundo como fruto de vuestro amor, de vuestro deseo más honesto y sincero; y es ahora, cuando todo huele a difícil cuando debemos rescatar ese sentimiento que hubo en la pareja para frenar el ímpetu de la agresión y de la guerra encarnizada por la custodia en los fríos pasillos de cualquier juzgado de familia. La ley puede que te ampare, pero quienes necesitan amparo son tus hijos, no tú.
El amor se vuelve egoísmo, la mirada dulce en amarga, la caricia sucumbe a la bofetada y donde antes había compresión ahora todo es indiferencia. No estoy de acuerdo con esta simple y absurda tendencia. De todo lo que fuiste nació un ser que no eligió tu fracaso como colchón; sólo quiere ser querido por quienes en su día tanto lo desearon, sólo pretende que se le siga atendiendo y cuidando como si siguiera siendo lo que ha sido, lo mejor que te ha pasado y que te pasará jamás, de eso no hay duda.
Pisotones, zancadillas, puñaladas traperas, jugarretas, artimañas, mentiras a medias, mentiras enteras, trampas, argucias, emboscadas, encerronas, engaños, enredos, estafa, estratagema, falacia, fraude, fullería, insidia, ratonera, tongo, trama… ¿Cuál de estas actitudes les sentará mejor a tus hijos? ¿Y a ti?
Contra lo absurdo del desamor (porque hay que ser absurdo para no saber seguir queriendo lo que tanto se ha querido)… ¿qué ofrecemos a cambio? Toma nota, ahí van algunas ideas:
Aprecio, atención, consideración, cumplimiento, decoro, deferencia, delicadeza, estimación, honor, miramiento, obediencia, observancia, subordinación, tolerancia, veneración, respeto, caricias, buen gusto, paciencia, tesón, empatía, altruismo, renuncia, espera, calma…
Ojo, no hablamos de situaciones de malos tratos ni físicos ni psicológicos, no hablamos de abusos ni de acosos, todo eso se merece otro capítulo. Hablamos de parejas que sin ir más allá de lo “normalito” dramatizan la separación como la mayor injerencia de sus vidas, enfrentando a hijos, familiares, vecinos y amigos, destrozando en un instante todo lo que se interponga en su camino… y no me refiero a los gananciales, sino a lo que no tiene precio porque no hay quien lo tase, me refiero al futuro de unos hijos que sin más culpa que la de haber nacido se ven inmersos en una batalla que de entrada ya saben que han perdido. ¡Hay que ser necios!
Seamos coherentes con nuestros hijos ofreciéndoles la mejor y mayor lección de amor que jamás hayan conocido. Porque amar el fracaso es también reconocer que todo lo que tienes… es porque tú lo has querido. El error no es de ellos, es si acaso tuyo y mío.
No es magia, es educación.
LUIS ARETIO (http://luisaretio.com/quien-soy/)
Fundador y Director de Autoescuela para Padres desde 2014, un proyecto empresarial innovador por y para la formación de Familias y docentes, un nuevo espacio para la educación que todos queremos para el futuro de nuestros hijos.